En el cráter de Solfatara, cercano al Vesubio, vive una bacteria que no solo se encuentra a gusto en pozas de barro ácido y ardiente. En un proceso metabólico en el que otros microbios utilizan el calcio, Methylacidiphilum fumariolicum prefiere elementos poco próximos a la biología, las llamadas tierras raras de la tabla periódica.
Los volcanes son ecosistemas de gran interés para la biología, ya que en ellos se encuentran microorganismos extremófilos, adaptados a la vida en condiciones extraordinarias. Además de lo mucho que estos microbios pueden revelar sobre las fronteras de la bioquímica, su naturaleza los convierte en modelos a estudiar de cara a la búsqueda de vida en otros planetas donde las condiciones ambientales sean muy diferentes a las terrestres.
El microbiólogo Huub Op den Camp, de la Universidad Radboud en Nijmegen (Países Bajos), se dedica a investigar el metabolismo de las bacterias que viven en medios extremadamente ácidos. En 2007, Op den Camp y sus colaboradores aislaron una nueva especie en una poza de barro hidrotermal en el cráter de Solfatara (Italia), un volcán nacido en la famosa erupción que sepultó Pompeya en el año 79. La nueva bacteria, que los científicos describieron ese mismo año en la revista Nature, prefiere temperaturas de 50 a 60 grados centígrados y medios muy ácidos, con pH entre 2 y 5; incluso tolera niveles de pH inferiores a 1, equivalentes al ácido sulfúrico concentrado. M. fumariolicum es una bacteria metanotrofa: se alimenta de gas metano para obtener energía.
Cuando se descubrió, los científicos no lograban que la bacteria creciera adecuadamente con los medios de cultivo habituales, el microbio solo proliferaba cuando se le añadía agua de su poza original. El reto para los investigadores era descubrir cuál era el ingrediente clave de aquel caldo.
El descubrimiento de qué hacía que la bacteria creciera fue una búsqueda de 6 años en la cual poco a poco fueron intentando reproducir el elemento del de la poza que estimulaba el crecimiento de las bacterias.
Este hallazgo también puede ayudar a descubrir otras bacterias hasta ahora desconocidas. Probando muestras de muchos ecosistemas diferentes, ahora en medios con lantánidos, se puede descubrir nuevas especies
Otra posible aplicación del hallazgo es la biominería, empleando estas bacterias como diminutos mineros encargados de cosechar y acumular estas tierras raras para su uso en dispositivos electrónicos.
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